lunes, 5 de diciembre de 2011

HUGO MARCHANT, CHILENO Y DESTERRADO

“Vivir donde tu quieres, no tiene precio”

Publicado el 20 de Noviembre de 2011
Por Martina Noailles
Fue condenado a muerte durante la dictadura de Pinochet, junto a otros ocho militantes. La democracia de Aylwin lo sentenció a la pena de “extrañamiento” y lo expulsó de Chile. Hace 19 años que vive en Finlandia y sólo busca regresar a su tierra natal. La lucha de las organizaciones sociales y políticas y la negativa del Estado.

Desterrados. A 20 años del fin de la dictadura, en Chile aún hay nueve hombres condenados a vivir fuera de su patria. Nueve militantes que, durante el pinochetismo, fueron sentenciados a muerte por ser parte de organizaciones armadas. Lejos de considerarlos presos políticos o víctimas de la dictadura, la democracia los expulsó más allá de sus fronteras. Allá, donde no se escuchan ni se ven.
“Creo que los que luchamos ayer, hoy somos dignos de justicia. Tenemos derecho a vivir y morir en la patria que nos vio nacer.” Aunque desde hace exactamente 19 años vive en Finlandia, la voz arrastra su origen chileno. La imagen, que llega a través de la camarita del Skype, también pone de manifiesto que no es de ahí. Es morocho, de pelo largo y aparece sobre una decoración latinoamericana como telón de fondo. Hugo Marchant es un desterrado. O, como eligió llamarlo el ex presidente Patricio Aylwin, un sentenciado a la pena de “extrañamiento”. A más de 13 mil kilómetros, condenado a extrañar su tierra desde un país extraño, el ex militante del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), de 58 años, es parte de una campaña que busca poner fin a lo que, para muchos, es una deuda del Estado democrático.
En 1990, cuando el candidato de la Concertación fue elegido por los votos de la ciudadanía chilena, existían en ese país más de 800 presos políticos. Juzgados por tribunales militares de la dictadura pinochetista por “hechos de sangre y actos terroristas” –cargos que en muchos casos aceptaron bajo tortura–, algunos salieron con libertad condicional y a otros, como Marchant, sus penas les fueron conmutadas bajo la fórmula del “extrañamiento”. Así, 29 militantes del MIR, del Movimiento de Acción Popular Unitaria Lautaro (MAPU) y del Frente Patriótico Manuel Rodríguez terminaron en Bélgica, Noruega, Suecia y Finlandia.
Los 122 años de prisión a los que estaba condenado Marchant por su participación en el atentado al intendente de Santiago, Carol Urzúa, en 1983, fueron remplazados por 25 de exilio. La pena más alta fue de 40 años.
“Salir de la cárcel no fue salir en libertad”, aclara Marchant. Tuvimos que humillarnos solicitando un ‘indulto’, es decir reconocer que cometimos el delito de haber combatido a una dictadura criminal”. Desde el frío bajo cero de la finlandesa Tampere, donde durante la mitad del año el sol sólo ilumina algunas horas, Marchant relata un camino sin avances. “Hace años que venimos haciendo contactos para tratar de abrir una posibilidad de regreso. Ministros, parlamentarios, dirigentes sindicales, sociales… pero los resultados han sido muy pequeños.”
Es que desde que fueron obligados a partir, ninguno de los cinco presidentes que tuvo Chile desde el regreso de la democracia, dio respuesta a movilizaciones, conferencias de prensa, presentaciones judiciales e innumerables cartas de reclamo. Ni siquiera Michelle Bachelet, presa y torturada por la dictadura de Pinochet, ante quien los abogados realizaron un pedido de indulto y obtuvieron, tan sólo, silencio.
La última posibilidad se abrió el año pasado, cuando la Iglesia le propuso al presidente Sebastián Piñera que otorgara un “indulto Bicentenario”. El perdón incluía a los sentenciados al exilio pero también a los militares que cometieron delitos de lesa humanidad. En medio de la polémica, el presidente anunció que analizaría cada caso pero dejaría afuera a quienes fueron condenados por delitos de “Derechos Humanos, de sangre, de abusos contra menores y por terrorismo”.
Con excepción de este planteo de la Iglesia, el tema de los “extrañados” no aparece en la prensa ni está en boca de la opinión pública. A la última conferencia que dio el Comité por el Fin del Destierro sólo asistieron dos medios alternativos.

BOSQUES, LAGOS Y OTRO EXILIO. “Lumicola.” Esa fue la primera palabra que memorizó Marchant cuando llegó a Finlandia. La pala -eso significa en finlandes- fue la herramienta que utilizó en su primer trabajo estable, para sacar nieve de una obra en construcción.
Pero entonces, el idioma era lo de menos. Tras años de encierro, por fin estaba con su familia. “Tenían organizado un trabajo, un departamento calentito amoblado con una colecta que hizo el pueblo de Varkaus. Hasta había comida en la despensa. Yo andaba por el aire”, recuerda de aquel noviembre de 1992 cuando junto a su tierra, quedó atrás su tres años de militancia en el MIR, su exilio en Austria en 1973 y su regreso a Chile en 1979 “para ser combatiente de la resistencia popular”. También la condena a muerte que una campaña internacional logró frenar. Y la cárcel, donde estuvo más de nueve años.
“Aquí en Finlandia he vivido como cualquier ciudadano, he estudiado y desde que llegué sólo dos meses estuve sin trabajo. Hoy tengo a mi cargo la mantención y vigilancia técnica de los edificios del Correo de Tampere. Y aquí nació nuestro último hijo”, señala Marchant desde lo que llama su “tercera patria”. Y agradece, una y otra vez, a ese país europeo que lo tomó como migrante hace 19 años. Pero ese rincón del mundo, lleno de lagos y bosques, no es su lugar.
Por eso, desde que se fue, sólo piensa en volver. “No estamos pidiendo que se reconozca como legítimo haber ejercido el derecho a la lucha contra la dictadura de ayer sino que, simplemente, estamos exigiendo que se reconozca que nosotros ya hemos pagado de sobra la condena. Llamamos a todas las organizaciones sociales y políticas a que, juntos, exijamos al Estado que ponga fin a esta injusta condena”, dice sin perder las esperanzas, regadas con la lucha de los estudiantes que hoy enfrentan tanquetas por las calles de Santiago. “El destierro ha sido y sigue siendo un acto concreto de violación a los Derechos Humanos. Nos iremos con camas y petacas. Me da lo mismo vivir en una mediagua. Para mí, vivir donde tú quieres, no tiene precio.”

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